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El zahori

zahorí. Aprender ¿para qué?

La abuela se iba consumiendo. De sus labios salían murmullos. Los silbidos eran efectos colaterales de voces que no controlaban siquiera las jaculatorias en esa boca desdentada. Casi no hablaba, excepto con las presentadoras que, en blanco y negro, aparecían en la pequeña pantalla. Otras veces, delante del prodigioso invento temía que alguno de los astados irrumpiera en la habitación. “¿Quieres jugar?” le inquirían sus nietos mostrándole una baraja con modernas figuras de cuento. “No, no, es que no sé”, respondía molesta por la insistencia. “Bueno, que te enseñamos...”. El diálogo se zanjaba con un “estoy muy mayor para aprender”. La abuela tenía un pie en el otro mundo pero hacía años, en plenitud de facultades, había renunciado a saber más. Iam Macewan, el escritor que tan bien retrata los vicios de la sociedad burguesa occidental actual, con su fino estilo procaz y desvergonzado, expresaba ayer en Barcelona que la persona que ha perdido la curiosidad por conocer más es como si ya no viviera. Víctor Juan, director del Museo Pedagógico de Huesca, refrescaba algo parecido el pasado jueves cuando nos introdujo en el siglo XIX. Así evocaba el ansia de conocimiento de un hombre, Joaquín Costa, con aquella frase: “Si no puedo estudiar, no quiero vivir”. Francisco Ayala, el escritor centenario fallecido en 2009, sentenciaba a los 90 años en una entrevista: “Todavía aprendo”. La curiosidad no tiene edad. Sorprenderse, incluso de cosas sabidas, es un síntoma de felicidad. Nunca sabremos todo. La red nos cuela por todos los rincones, pero esta desfachatez no conlleva necesariamente -aunque ayude- saber o conocimiento. Una de las mejores novelas en catalán es de un aragonés, Jesús Moncada, cuyas tardes las pasaba observando y hablando con los abuelos de su Mequinenza inundada. Como “cul de café” que era aprendió a relatar fascinantes historias mágicas. El problema del periodismo en el mundo es que nos cuentan todo pero muchos de quienes lo hacen no han olido, visto, sentido ni experimentado las experiencias a narrar. La red y la televisión –consumidas en masa por los adolescentes, jóvenes y no tan jóvenes-está. ¿Rechazar estos soportes? Nooooo. Pero sí, como añadía Victor Juan,  aprender desde la escuela a cómo recibir y digerir sus contenidos.

 

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