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El zahori

Oposición nuclear en Aragón

Este año se cumple el 40 aniversario del nacimiento del movimiento antinuclear aragonés  a raíz del proyecto franquista  de instalar tres centrales nucleares en Sástago, Escatrón y Chalamera. Ninguna se llevó a cabo. Por Rafael Bardají

 

Cuatro décadas de oposición nuclear    

 

Hay pasajes de la historia reciente de Aragón y España que quedan ocultos ante otros acontecimientos de mayor calado y que es obligado recordar para conocer de cerca la idiosincrasia de sus habitantes. A menudo, los escolares de ESO y Bachiller se acercarán, si es que lo hacen,  de pasada y por encima, a la Transición. El Aragón oficial,  a su vez, insistirá en las señas de identidad que  dicen nos han conformado como  pueblo en esa guerra para hacernos fuertes en el pugilato frente a los intereses centralistas. Pero existe el riesgo de olvidar movimientos que ponen de manifiesto el coraje y la lucha por el futuro. Se cumplen ahora 40 años del  anuncio  de tres proyectos de centrales nucleares en Aragón –en  Escatrón, Sástago  y Chalamera-, cada una de ellas con dos grupos de 1.000 MW  de potencia instalada, lo que  constituyó  el origen del movimiento  antinuclear  aragonés. Allí estuvieron como agitadores de una conciencia social que ha perdurado hasta ahora personas generosas, con inquietud, preparadas y dispuestas a hacer frente a una imposición del Gobierno de Franco que  veía en la esta fuente de energía un remedio para resolver  la dependencia energética. El incansable Mario Gaviria, sociólogo e investigador navarro, fue el más destacado activista en alertar de los peligros de la energía nuclear desde sus artículos en  ‘Triunfo’ y ‘Andalán’  en febrero  y en agosto de 1974 respectivamente.  No fue el único. Compañero de viaje fue Pedro Costa Morata, ingeniero de telecomunicaciones, que en 1973 trabajaba en la el proyecto de la central nuclear de Lemóniz y que pronto  se cayó del caballo para  emprender la guerra antinuclear.

 Eran tiempos difíciles pero  la labor de estos pioneros tuvo su respuesta  activa  en la sociedad. Agricultores, profesores, albañiles, maestros, curas, alcaldes franquistas,  amas de casa, estudiantes y personas de  distinta clase y condición  recogieron  el guante en unas de las movilizaciones más impresionantes que se han producido, junto a las de oposición al  trasvase del Ebro, en la etapa que va de las postrimerías  del franquismo  y los primeros  años de la transición. Aragón supo ganar una batalla en un tiempo en el que aparentemente otros territorios tenían mayor cohesión social  y objetivos políticos más claros, como Cataluña  con dos centrales nucleares  aún en funcionamiento  -Ascó o Vandellós- y País Vasco, con Lemóniz,  parada,   pero con un  enorme e ignominioso coste  como fue el de la acción criminal de ETA.

 Fue  en la primavera  de 1975 cuando la semilla sembrada un año antes provocó un levantamiento popular pacífico que contó con la complicidad de alcaldes franquistas, como el de Zaidín,  Nunilo Ibarz, quien, junto con la labor política de idas y venidas a Madrid, y con el apoyo del entonces alguacil,  Antonio Ibarz,  se vio metido en activista  editor de folletos, mediante una multicopista. En el escenario aparecieron personajes que más tarde ocuparían cargos importantes en las instituciones democráticas como Aurelio Biarge, primer presidente democrático de la Diputación  de Huesca;  Santiago Marraco, primer  presidente elegido del Gobierno de Aragón, o Francisco Beltrán, cristiano progresista que luego sería alcalde de Fraga. Todos ocuparon su papel. Hasta la prensa local donde destacó una comprometida periodista de Radio Fraga, María José Arellano, que de inmediato vio que hay momentos en la historia en los que hay que estar con el pueblo a pesar de los riesgos.  O inquietos ciudadanos que fueron el germen de Coacinca como Ramón Mesalles y Víctor San Vicens. El clamor popular –aun vivo el amo- se produjo en mayo de 1975  cuando miles de ciudadanos del Bajo Cinca se manifestaron en Huesca y fueron recibidos por el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, Víctor Fragoso del Toro. Fue este político del régimen quien se comprometo a atender los intereses del Bajo Cinca no sin antes lanzar el mensaje de que la prueba del desarrollo y bienestar procurado por el Franquismo estaba en que los manifestantes habían podido acudir a la capital de la provincia “en coche y no en burro”. La historia antinuclear  aragonesa se prolongó  hasta 1979 con la oposición a las centrales de Escatrón y Sástago con unos acontecimientos –donde ocupó un papel destacada la asociación DEIBA- que convendrá recordaren su día.  Todos los proyectos se desecharon y solo a mitad de la década de los 90, con el Gobierno de Lanzuela, el temor al miedo nuclear volvió a aparecer en modo de un prototipo traído a Aragón por un premio Nobel, Carlo Rubbia. El invento que no había convencido en París, Valencia y Cataluña se murió finalmente a pesar de que un dirigente popular –cautivado como otros muchos-  llegó a decir que  el ‘Rubbiatron” iba a ser más importante que el descubrimiento de América.

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