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El zahori

Labordeta. Himnos y libertad

Los sentimientos y expresiones colectivos se van conformando a partir de vivencias particulares y de experiencias colectivas. Las costumbres y el folclore ofrecen múltiples testimonios, muchos de ellos anclados en el pasado y con los que es difícil identificarse. La tradición, en ocasiones, pesa excesivamente y no puede considerarse expresión común. La excesiva recreación en las piedras, sin interpretación ni análisis, lastra una visión del futuro. Salman Rushdie lo ha expresado así al referirse a Europa. ‘Hay que echar siete llaves al sepulcro del Cid’, decía hace un siglo un aragonés ilustre homenajeado este año. Cuando un ciudadano, un grupo o un pueblo quieren manifestarse tienen multitud de poemas, canciones y ritos. Una generación de aragoneses ha vibrado y ha hecho suyo el Canto a la Libertad. Su letra es una lucha por la liberación de las personas y un aviso de los riesgos a los que está sometida la libertad. Forma parte del subconsciente colectivo, aunque solo sea porque pocos son quienes no han cantado sus estrofas en recitales, cenas, fiestas o excursiones. No pretendo quitar ningún mérito al mensaje del cantautor fallecido en setiembre. Pero convertir un canto popular en himno supone una desvirtuación de su contenido y de su espíritu. Situarlo en una categoría oficial conlleva al encasillamiento y desposeerlo de su esencia. Los himnos, como las banderas o los santos patrones, nos retrotraen a un pasado mítico y desprovisto de todo pensamiento crítico. Se han recogido más de 20.000 firmas para que pueda presentarse en el Parlamento aragonés la iniciativa legislativa popular que permite convertir, tras el voto de sus señorías, el Canto a la Libertad en símbolo institucional. Con la consecución de este respaldo, los promotores pueden darse más que satisfechos si con ello han querido realizar un nuevo y merecido homenaje a Labordeta. Mucho me temo que será difícil conseguir el objetivo propuesto. Entre otras cosas porque Labordeta participó en política, en el PSA, IU y Chunta. No es un demérito -¡Ojalá! más intelectuales se comprometieran con la vida pública-, pero son precisamente sus vinculaciones con partidos concretos lo que le deslegitima para que sea patrimonio ‘oficial’ de todos.

 

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