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El zahori

Habitantes del interior

Habitantes del interior

Vinieron a Zaragoza con lo puesto a mitad del siglo XX. Ocuparon una portería en Sagasta -entonces General Mola-, compraron  una parcela en Torrero, se alojaron en un piso sindical en Delicias... Los más pudientes montaron un colmado. Hubo muchos que se arremangaron para trabajar de peones,  taxistas, operarios de taller. Dejaron de ser amos y a veces caciques en su pueblo para engrosar la legión de proletarios industriales. Abandonaron a la fuerza sus casas inundadas por los pantanos o desvencijadas por el paso del tiempo. La mayoría, al ver que su  modo de vida en unas explotaciones descapitalizadas no podía competir con los tiempos de mecanización, del tractor o la empacadora, dejaron a la suerte del viento y la lluvia sus viejas mansiones. También su economía autárquica, de trueque, las tareas marcadas por el ciclo del campo, sus ferias y sus muertos. En su éxodo recorrieron los caminos y diabólicas carreteras, cuyo trazado se asimilaba a una cuerda metida en el bolsillo. Sus hijos, que  ’cubillaron’ el tejado, presumen ahora de tener pueblo. Y regresan a la fiesta del verano. Desde entonces, a pesar de la hégira de cientos de miles a Francia o Cataluña, Aragón ha aumentando en población, pero en  beneficio de la capital y con gran detrimento para los pueblos.  En los años 50, Zaragoza tenía algo menos de 300.000 habitantes y el resto 800.000. Ahora en la urbe viven casi 700.000 almas, mientras en las tres provincias escasamente superan los 650.000. Cientos de localidades van a desaparecer en los próximos años y eso a pesar del impulso turístico en las áreas de nieve, en la mejora de las carreteras, de los servicios sanitarios y en el avance de las nuevas tecnologías, que  permiten salir del aislamiento secular. Pero vivir en un pueblo sigue siendo más caro sobre todo si los hijos tienen que ir a  estudiar. Hay comarcas especialmente críticas como Daroca-Campo Romanos a la que en 1982 UCD pretendió salvar con la instalación de una cárcel. En otras, como Cuencas Mineras o Andorra-Sierra de Arcos, las inversiones millonarias para paliar las crisis minera se han enterrado en  polígonos industriales ahora fantasmales, en infraestructuras innecesarias -en Castellote hay hasta una plaza de toros- y en la alta  indemnización a mineros jubilados con 45 años y pensión para toda la vida, lo que no ha contribuido a crear una cultura de emprendimiento. En el territorio, han aparecido  multitud de agentes de desarrollo o de empleo. Muchos de ellos son verdaderamente eficaces, movidos e inquietos. Organizan cursos, buscan inversiones, están atentos a las ayudas, apoyan a quienes tienen iniciativas empresariales. Otros, beneficiarios del clientelismo comarcal, con una matacía popular o una ferieta ya han cumplido. Algunos ni siquiera viven en la localidad. Un fenómeno bastante frecuente. Cientos de médicos, ATS, maestros, veterinarios realizan todos los días largos desplazamientos. Además de emitir CO2, no participan de la realidad social del lugar donde trabajan ¿No podría ser la legislación más flexible y que la residencia puntuara a la hora de otorgar esas plazas para los empleados públicos? Los  territorios de la antigua Celtiberia, como medio para salvar la depresión demográfica, piden estos días una financiación especial a Europa. El dinero no es suficiente.

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