Blogia
El zahori

Llanto por los aligustres

 

Los dos pequeños aligustres de la calle Espoz y Mina de Zaragoza, plantados  la semana pasada, corren el riesgo  de pasar a mejor vida. Este vaticinio está alimentado por los hechos desde hace 15 años. Debe ser ya la decimoquinta vez que ocurre. Cada febrero, como es habitual, las brigadas municipales o de la concesionaria correspondiente proceden a revisar los alcorques y plantar la especie adecuada en el espacio vacío. Suelo alertar a través de estas páginas de que, si no se procede a poner una pequeña y sencilla protección, los arbolitos pronto serán segados de cuajo. A pesar de su lucha por la supervivencia, son tan enclenques que sucumben a los efectos devastadores del osado e inexperimentado conductor  que elige el lugar para llevar a cabo su maniobra o de las meadas,  vómitos y  zarandeos de una minoritaria chusma en la madrugada. Mi advertencia no ha debido llegar casi nunca a la concejala de turno de Parques y Jardines de turno, pues no se me ha hecho ni puñetero caso. Con lo cual, se pone de manifiesto la escasa prescripción de esta columneta. Lo del aligustre da para hablar de cosas cercanas, como la esquina de mi calle y, a la vez, universales. ¡Quién no ha intentado plantar un árbol y a quién no se le ha muerto!.

A los  aligustres le dejaron sin protección después de que unos cuantos operarios se afanaran en trasladarlo de su burbuja del vivero, removieran la tierra del alcorque con una retro y lo plantaran. Todo un trajín con su correspondiente huella de CO2, componente al que, precisamente, se trata de combatir con la repoblación. Parece insignificante, pero si multiplicamos la actitud contumaz de los gestores municipales por el número de aceras sale una inversión astronómica dilapidada y una muy mala imagen de la ciudad. La crisis ha provocado borboteos de imaginación para salir del hoyo. En este caso, ni siquiera hace falta. Sólo un poco de sentido común es suficiente, máxime cuando los recursos  son escasos, y así se nota en los espacios verdes de la ciudad. Sin ir más lejos, el solar de oro que da al salón de la ciudad empieza a ser un vertedero.    

0 comentarios