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El zahori

Zahorí: el mundo libre

Ahora que vuelven los chinos, valga este artículo publicado en Heraldo de Aragón -enero de 2011- con motivo de la visita del viceprimer ministro chino a España y de cómo fue agasajado

 

Cuando Li Kejiang, viceprimer ministro y firme aspirante a jefe de Gobierno de China, fue agajasado esta semana por el Rey, el Gobierno y la flor y nata del empresariado español, a mi retina me vino una imagen, la de Franco rindiendo con todos los honores al presidente de Estados Unidos, el demórata Ike Eisenhower.

Entonces, el año 1959, el dictador empezaba a salir del aislamiento y lograba que los españolitos reforzaramos nuestra alimentación con  leche, en forma de un  vomitivo polvo, en las horas del recreo escolar. Como contrapartida, Su Excelencia permitía que España albergara las bases  norteamericanas, entre ellas las de Zaragoza. 

En los banquetes de esta semana solo he echado en falta que alguno de los anfitriones levantara la copa y ofreciera un brindis por el mundo libre, tal como hizo Franco. Empiezo a etender ahora qué significa esto de los mercados, cuando más de uno, desesperanzado y escéptico, les ha atribuido una fuerza y un misterio similar al Todopoderoso.

El gigante asiático promete comprar más deuda, tanto a corto y a largo plazo. Además, el  delfin de Hu Jintao firmó contratos por 5.600 millones, un respiro para nuestras maltrechas cuentas. Como dijo Solbes, “un mensaje claro de confianza en nuestra economía”.

A cambio, ni una crítica a la actitud de China con el confinado premio Nobel Lin Xiaobo, nada de los derechos humanos y ninguna alusión a la imagen de filas de chinos que va a ser ejecutados. Todo lo contrario, sonrisas, desde el Rey al “izquerdista  trasnochado” Zapatero -en versión de los cables de Wikileaks- pasando por Brufau y Alierta.

Finalmente, los mercados enseñan sus dientes. Y si Franco vendió parte de la soberanía sagrada de España a los yanquees, nuestro país se ofrece ahora a las garras de la autoritaria China. Nada es gratuito y menos si de dinero se trata. La mayoría de la sociedad considera estos acuerdos inevitables.

No he visto a ningún simpatizante del Polisario, inluido el portavoz del PP, manifestarse como lo hicieron con el campamento saharaui desmantelado por el Ejército de Mohamed VI y ante lo que España se mostró prudente para evitar cabrear a un vecino que  hace frente a Al Qaeda y con el que mantenemos intereses estratégicos y comerciales. La apuesta china tiene sus hipotecas. Lo mismo que las tendrá el Barça al manchar su camiseta con la Qatar Fondation y su sello integrista.

zahorí. Aprender ¿para qué?

La abuela se iba consumiendo. De sus labios salían murmullos. Los silbidos eran efectos colaterales de voces que no controlaban siquiera las jaculatorias en esa boca desdentada. Casi no hablaba, excepto con las presentadoras que, en blanco y negro, aparecían en la pequeña pantalla. Otras veces, delante del prodigioso invento temía que alguno de los astados irrumpiera en la habitación. “¿Quieres jugar?” le inquirían sus nietos mostrándole una baraja con modernas figuras de cuento. “No, no, es que no sé”, respondía molesta por la insistencia. “Bueno, que te enseñamos...”. El diálogo se zanjaba con un “estoy muy mayor para aprender”. La abuela tenía un pie en el otro mundo pero hacía años, en plenitud de facultades, había renunciado a saber más. Iam Macewan, el escritor que tan bien retrata los vicios de la sociedad burguesa occidental actual, con su fino estilo procaz y desvergonzado, expresaba ayer en Barcelona que la persona que ha perdido la curiosidad por conocer más es como si ya no viviera. Víctor Juan, director del Museo Pedagógico de Huesca, refrescaba algo parecido el pasado jueves cuando nos introdujo en el siglo XIX. Así evocaba el ansia de conocimiento de un hombre, Joaquín Costa, con aquella frase: “Si no puedo estudiar, no quiero vivir”. Francisco Ayala, el escritor centenario fallecido en 2009, sentenciaba a los 90 años en una entrevista: “Todavía aprendo”. La curiosidad no tiene edad. Sorprenderse, incluso de cosas sabidas, es un síntoma de felicidad. Nunca sabremos todo. La red nos cuela por todos los rincones, pero esta desfachatez no conlleva necesariamente -aunque ayude- saber o conocimiento. Una de las mejores novelas en catalán es de un aragonés, Jesús Moncada, cuyas tardes las pasaba observando y hablando con los abuelos de su Mequinenza inundada. Como “cul de café” que era aprendió a relatar fascinantes historias mágicas. El problema del periodismo en el mundo es que nos cuentan todo pero muchos de quienes lo hacen no han olido, visto, sentido ni experimentado las experiencias a narrar. La red y la televisión –consumidas en masa por los adolescentes, jóvenes y no tan jóvenes-está. ¿Rechazar estos soportes? Nooooo. Pero sí, como añadía Victor Juan,  aprender desde la escuela a cómo recibir y digerir sus contenidos.

 

El Zahorí. A media luz los besos

Pues como nos a cortar todo, incluso la luz, cuando tengan lugar las elecciones, alli va esta  reflexión.

Desde este privilegiado primer mundo, los ciudadanos asimilamos estos días los nombres de las ciudades libias y sin querer, o queriendo, sobre todo, aquellas que albergan pozos petrolíferos. Como fondo de la representación, la triste evidencia de miles de refugiados en las fronteras y niños armados a modo de mercenarios. En este apresurado aprendizaje, sentados desde nuestro ordenador, empezamos a conocer líderes que no son Gadafi, ni Mubarak, ni Ben Alí. Son resistentes -no todos- que representan el vertiginoso cambio político y social de unos países cuya oposición no está simplemente, como nos han hecho creer, articulada en torno a Al Qaeda. Hay muchas energías humanas luchando por un futuro mejor y en libertad, más que las que propulsan el terror y el integrismo. Al calor de este trasiego cuyo final no está escrito –lo difícil nace ahora si es que nace en el caso de Libia –, los ciudadanos europeos nos enzarzamos en debates sobre memeces. Y allí está el ínclito González Pons asimilando las medidas del Gobierno de reducción de velocidad a las que propondría el Gobierno de Cuba. Se puede y se debe criticar al Gobierno de Zapatero de improvisación y de vivir en una burbuja negando lo que se nos venía encima. Pero circular a 110 kilómetros por hora no hace mal a nadie. Al contrario, contribuye, además del ahorro energético, a una mayor seguridad. Y si algo se ha hecho bien en los últimos años son las restricciones impuestas a la selva del tráfico con la consiguiente e impresionante reducción de accidentes y muertes. ¡Aunque solo fuera por eso…! Y es que protestar por estar cuestiones como ocurrió con el cinturón de seguridad o la campaña del tabaco es, en ocasiones, el recurso fácil de los diletantes. Otra cosa es que nuestros dirigentes no se apliquen y que, por ejemplo, todos los portavoces y miembros de la Mesa de las Cortes de Aragón tengan que contar con un coche oficial. No les veo yo tan ajetreados. O que no se reduzca el parque móvil del Gobierno central y los autonómicos, el de Aragón entre otros. Y esa moda de iluminar con tanta potencia iglesias, ermitas y castillos. Por qué no, si se quiere mantener el efecto, una luz más tenue, como un albor, siempre más sugerente, poético, evocador y romántico. La canción ya lo dice.

la voz de la caverna en los autobuses de Zaragoza

el zahori

La voz de la caverna

PROXIIMA paraada, Indepeendeenncia cuaaatro. Enlaaace con líinea treiinnta, cuareennta, treiinnta y cin (corte brusco)». Autobuses de Zaragoza. Febrero de 2011. Y esta, en Madrid, a dos voces, bien declamadas y moduladas: «Próxima parada: República Argentina. Correspondencia: líneas 5, 23, 48». Similar entonación, a dos idiomas, en los transportes públicos de Barcelona, donde hace 30 años se escuchaba: «Prozima estacioóón, Zardañola». Eran voces que, en conjunto, conformaban un crisol de acentos de Extremadura, Andalucía, Aragón, Galicia y la misma Cataluña. Sus cuerdas vocales no habían sido educadas ni la empresa las había formado. Los heroicos maquinistas bastante tenían con superar las pruebas de conducir un convoy que, como dijo un aspirante a tranviario en Zaragoza, hay que estar con los sentidos al 200%. En esa época, un joven periodista, Josep María Martí, hacía sus pinitos radiofónicos en Reus. Y se le ocurrió ofrecer cursos de expresión a Ferrocarriles Catalanes con el fin de mejorar la comunicación de los operarios. Aquí, en Zaragoza, te sumerges en el autobús y una voz sin alma y entrecortada, agónica, como salida de la caverna, daña tu tímpano. Me acuerdo del conductor. Todo el día con la cantinela. Es para ponerse nervioso a pesar de sus nervios de acero. Tal como está el mundo, a un lado y otro del Mediterráneo, ¿para qué destinar este espacio a la voz del ordenador de marras? De los pequeños detalles también se vive. La desidia de la concejala o de los que manden en Tuzsa provoca una irritación que se añade a las voces de la caverna que -a veces sin querer y otras por morbo-, se oyen en algunas emisoras. Todo suma para hacer la vida más feliz, sobre todo cuando nos gastamos tanto dinero en campañas de imagen. Con la aplicación de la voz sintética habrá que deducir que los gestores citados pensarán que da igual que CNN+ sea ahora una bazofia frente a la anterior interpretación rigurosa de la realidad y que los manuscritos de Georges Brassens encontrados en París tienen el mismo valor que las contestaciones de Belén Esteban. Brassens cantaba 'Je deteste les moutons' ('Detesto los rebaños de corderos'). En el bus, aunque lo pretendan, no somos corderos.

 

La orgía de internet

ME meto en internet a leer la prensa. Tengo que salvar alguna que otra barrera, de esas que eufemísticamente llaman consejos comerciales. Aparece una enormidad de reclamos que trastocan mi ya dispersa atención. Empiezo con el tijeretazo zapateril, paso al fichaje de Villa por el Barça y hago una incursión en un vídeo sobre el uso de la fuerza contra los 'camisas rojas' de Tailandia. Surge sin quererlo Carla Bruni y sus confesiones a Hillary Clinton acerca del porqué de sus retrasos a las citas oficiales y me pierdo con alguna foto más o menos sugerente. Mientras, leo un email y, si me descuido, hurgo en las opiniones de lectores, la mayoría sin la necesaria elaboración fundada. Suelen ser de gente ociosa con ganas de ganarse una celebridad periodística pasajera en un oficio que requiere conocimiento, arte, técnica, esfuerzo y que resulta caro de producir. Hacer información rigurosa y opinar con fundamento no es barato. Es posible que lea más que en una lectura convencional, pero manejarme a través del hipertexto me produce cierto desasosiego y una sensación de ser víctima de un bombardeo que desordena mi cabeza. Tanto texto bien y mal escrito, en distintos formatos, registros y géneros, en ocasiones sin saber la fuente, acaba con cualquier intento de crear un pensamiento lógico. Leer en papel es para mí un rito que exige intimidad y ensimismamiento. Me zambullo con Balzac, Saramago o Moncada y los autores y sus personajes me llegan a resultar cercanos y hasta cómplices. A su vez, en los periódicos, los artículos y las noticias me los sirven jerarquizados y hasta puedo adivinar por qué el periodista ha decidido ponderarlos de esa manera. Desde luego, no aparecen a cuatro columnas o en primera plana con el criterio de los buscadores que me los sitúan acorde con los más leídos, en una pretendida falsa democracia participativa. Esto de sumergirse en el hi-perespacio es como una orgía de alcohol y sexo. Son tantos los estímulos provenientes -bueno, esto me lo imagino- de todas partes que al final se siente uno vacío. Estar con una persona sola requiere intimidad y concentración para extraer lo mejor de los dos. Leer un libro o un periódico, incluso ver una película en el cine amparado por la oscuridad, es entregarse y que las palabras e imágenes se te entreguen. Hay actividades que hay que hacer despacio y dejarse llevar recreándose sin prisas en el viaje. Cultivar el pensamiento es una de ellas.

 

Labordeta. Himnos y libertad

Los sentimientos y expresiones colectivos se van conformando a partir de vivencias particulares y de experiencias colectivas. Las costumbres y el folclore ofrecen múltiples testimonios, muchos de ellos anclados en el pasado y con los que es difícil identificarse. La tradición, en ocasiones, pesa excesivamente y no puede considerarse expresión común. La excesiva recreación en las piedras, sin interpretación ni análisis, lastra una visión del futuro. Salman Rushdie lo ha expresado así al referirse a Europa. ‘Hay que echar siete llaves al sepulcro del Cid’, decía hace un siglo un aragonés ilustre homenajeado este año. Cuando un ciudadano, un grupo o un pueblo quieren manifestarse tienen multitud de poemas, canciones y ritos. Una generación de aragoneses ha vibrado y ha hecho suyo el Canto a la Libertad. Su letra es una lucha por la liberación de las personas y un aviso de los riesgos a los que está sometida la libertad. Forma parte del subconsciente colectivo, aunque solo sea porque pocos son quienes no han cantado sus estrofas en recitales, cenas, fiestas o excursiones. No pretendo quitar ningún mérito al mensaje del cantautor fallecido en setiembre. Pero convertir un canto popular en himno supone una desvirtuación de su contenido y de su espíritu. Situarlo en una categoría oficial conlleva al encasillamiento y desposeerlo de su esencia. Los himnos, como las banderas o los santos patrones, nos retrotraen a un pasado mítico y desprovisto de todo pensamiento crítico. Se han recogido más de 20.000 firmas para que pueda presentarse en el Parlamento aragonés la iniciativa legislativa popular que permite convertir, tras el voto de sus señorías, el Canto a la Libertad en símbolo institucional. Con la consecución de este respaldo, los promotores pueden darse más que satisfechos si con ello han querido realizar un nuevo y merecido homenaje a Labordeta. Mucho me temo que será difícil conseguir el objetivo propuesto. Entre otras cosas porque Labordeta participó en política, en el PSA, IU y Chunta. No es un demérito -¡Ojalá! más intelectuales se comprometieran con la vida pública-, pero son precisamente sus vinculaciones con partidos concretos lo que le deslegitima para que sea patrimonio ‘oficial’ de todos.

 

23 F y el olvido

 

“No está ni se le espera”, "se sienten coño”, “al suelo todo el mundo”, “tranquilo Jordi”, “autoridad competente, militar por supuesto”, “he cursado a los capitanes generales la orden siguiente…”. Son frases que se han quedado grabadas en el cerebro de los españoles. Junto a ellas, las imágenes de los tanques en Valencia, la acorazada Brunete preparada para ocupar la calle, la zancadilla del guardia civil a Gutiérrez Mellado, la gallardía de Carrillo y Suárez .y otras impresiones de una noche que aquí en Zaragoza estuvo marcada por las dudas acerca de la postura del capitán general Elicegui Prieto. Sucesiones de instantáneas que aún siguen impresionando en una tarde noche de expectación, pánico y temor ante el posible regreso a la caverna del terror. Son recuerdos que forman parte del acerbo colectivo y particular como los discursos de Franco, el baño de Fraga en Palomares, los atentados salvajes de ETA, el examen de ingreso a los diez años, el primer sueldo, el primer chapuzón en el mar, el primer amor, la primera vez que lo hice o el primer viaje en avión. Pero por mucho que la larga noche la pasáramos en vilo y sintiéramos que el destino de nuestras vidas podía cambiar por completo, para las generaciones posteriores este pasaje de la historia reciente está casi olvidado. En una encuesta improvisada entre alumnos de primer curso de la Universidad se comprueba tristemente que tan apenas conocen el nombre de Tejero. Contestaciones similares se encuentran en un sondeo callejero entre ciudadanos de 14 a 30 años. Es posible que a estas generaciones les suenen los héroes de la Guerra de la Independencia, las guerras carlistas, Isabel y Fernando y una legión de mitos locales y regionales ahora que sigue la moda de la vindicación de personajes que conforman una identidad territorial. “Es que en bachiller al estudiar Historia nos quedábamos en Franco porque se acababa el curso”. Con esta respuesta justifican los jóvenes el desconocimiento de unos hechos cruciales. Algo está fallando en la educación española y posiblemente en el conjunto de la realidad social. Poco avanzaremos hacia el pensamiento crítico. La dictadura se empeñó machaconamente en recordarnos lo injustificable con canciones en la escuela, formados, brazo en alto. Pero esta democracia prefiere el olvido, por desidia. No es buena cosa.

El 'safety car' de Joaquín Costa

El 'safety car' de Joaquín Costa

Este artículo se publicó en Heraldo en agosto. Como ahora se conmemora el centenario de Costa, quizas pueda ser sugerente. En la imagen ilustración de José Luis Cano del libro "Costa y la Prensa"

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Rafael Bardají-zahori

 

Cuando la situación es crítica, en las carreras de Fórmula 1 la organización saca a la pista el ‘safety car’ cuya misión es restablecer el orden. Los pilotos se someten a su disciplina. El ‘safety car’ no pretende llegar el primero. Su misión tiene un espíritu filantrópico. Cuando todo ya está en regla se vuelve a ‘boxes’ y dejar proseguir la carrera. En tiempos de grandes crisis, con el liderazgo de los partidos, sindicatos y patronal bajo mínimos, surge la tentación, aparentemente ingenua y paternalista, de buscar un salvador. En política como en las carreras, se llega incluso a provocar el caos en beneficio de uno. Algo así denunció Nelsinho Piquet, en 2008 en Singapur, al insinuar que fue presionado para inducir un accidente, que exigió la intervención del ‘safety car’, con el fin de favorecer a Fernando Alonso. Esta semana volví a escuchar en Radio Nacional la teoría del sagaz aragonés Leopoldo Abadías denominada el ‘coche de los sensatos’, en una metáfora del ‘safety car’. El argumento me pareció un tanto socarrón, pero su insistencia me dio qué pensar. En el automóvil irían las cuatro mejores personas para administrar el país durante  cuatro años y resolver, así, los problemas del país. ¿Quiénes son lo mejores en honradez, conocimiento, administración de recursos y buena educación? ¿Quiénes los elige? Porque, según Abadías, nada de partidismos ni “tonterías”. Allí es donde falla la teoría. Espero que los pensamientos de este economista, que acertó en el diagnóstico de los paquetitos de las  hipotecas basura y se ha convertido en una estrella mediática, no vayan  más allá de una ocurrencia para consumir en una tertulia sin fundamento. Y así me lo tomo. Abadías, por sus alusiones a la Restauración canovista, se acuerda de nuestro paisano Joaquín Costa que, tras su ingente  trabajo como investigador, divulgador, creador de ideas, su inteligente diagnóstico de la realidad española, sus críticas vehementes tronantes al caciquismo y su pasión republicana, apostó, en momentos de desesperación jeremíaca, por un ‘cirujano de hierro, por un ‘Soter’ -Salvador en griego- que sacara a España de ‘la ponzoña de la política’. El sistema no es perfecto, genera comportamientos caciquiles, se sirve de votos cautivos y la administración está hinchada –algo sobra, por ejemplo, en un esquema en el que se superponen gobiernos autonómicos, diputaciones y comarcas-, pero tendremos que saber sacarle partido y mejorarlo entre todos. El ‘safety car’ me hace temblar

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